domingo, 18 de julio de 2010

De las rarezas citadinas.

Ya se hacía tarde, muy. El N5 no quería llegar más, estaba frío y mis neuronas saturadas. Era mediadios de junio por lo tanto tenía el cerebro repartido entre todas las materias que cursé y eso era evidente en mi blanquecina cara de muerta y en esas ojeras dignas de un Zombie.
Delante de mí, había una parejita muy amorosamente feliz. Tanto, que el sujeto masculino no sólo que no soltaba a su víctima, sino que todo su ser se inclinaba impiadosamente hacia adelante sobre la parte inferior delantera de su amada: sí, sin problemas, sin disimulo la apoyaba en público.
Atrás, había otra parejita pero en una situación diferente. Distantes. Él intentando hacer pasar el enojo de su chica, se paseaba alrededor de ella y trataba de abrazarla. La cara de ella no cambiaba, no mejoraba. Él entonces, seguía actuando a lo meloso, incansablemente.
Y yo estaba en el medio de los 4. Y estaba muy cansada. Y muy incómoda.

Escuchaba música y tenía la mirada perdida, pero lo vi acercarse. Un cincuentón, trajeado, con maletín en mano y unos ojos raros. Vino con total determinación hacia mí, pensé que quizá me iba a preguntar la hora. Pero no.
Se frenó y al inclinarse para que lo escuche bien, me disparó:

"Inútil es intentar olvidar, aquel amor que todavía causa angustia."

Y casi me largo a llorar. Casi.

1 comentarios:

lalylies dijo...

y si...de hecho yo lo hubiese hecho...que terrible!!!
detalles....vos segui respirando que es la clave...
besote

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